Una oportunidad única by Portia da Costa

autor:Portia da Costa [da Costa, Portia]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 978-84-687-2254-2
editor: Harlequin
publicado: 2012-10-15T00:00:00+00:00

–¿Estás lista? –me pregunta, para sorpresa mía. Yo había pensado que se limitaría a tomar lo que quería. Después de todo, tiene las riendas de la situación.

–Sí –susurro yo, y apenas puedo oír mi voz por encima de los latidos desbocados de mi corazón.

–Buena chica.

Entonces, me azota.

¡Oh, Dios Santo! ¡Duele! ¡Duele mucho!

¡Qué impresión! Me había esperado un cosquilleo, una pequeña quemazón… Algo que provocara tanto placer como dolor.

¿Cómo había podido equivocarme tanto?

Es como si me hubiese azotado con un tronco de madera, en vez de hacerlo con la mano. Por un momento, tanto mi mente como mi nalga quedan entumecidas, pero la sensación se desencadena como un huracán, y mi nalga izquierda arde.

Y eso solo ha sido un azote.

Cuando comienzo a recibir más, me doy cuenta, con un completo asombro, de que en el primero el marqués había hecho un acto de contención…

Los azotes se suceden, y mi trasero se convierte en un infierno. El calor fluye como la lava en el canal de mi sexo y aviva el deseo. Sé que debería guardar silencio y mantenerme inmóvil, y ser obediente. Sé que debería soportar los azotes como una buena chica. El instinto me dice que un amo aprecia eso en una sumisa. Un aplomo perfecto. Una perfecta capacidad de asimilar el castigo con decoro, con gracia.

Sin embargo, yo estoy retorciéndome y agitándome, luchando contra las ataduras, magullando mi propio clítoris con mis movimientos y tirones de poni salvaje, que hace que el tanga tenso me apriete y me frote el sexo.

Creo que me voy a volver loca, pero en el fondo sé que nunca he sido más feliz. Pese al dolor y la extrañeza de todo aquello, sé que es el lugar en el que debo estar, y la persona con la que debo estar.

El marqués me da un golpe especialmente fuerte, y a mí se me escapa un grito de angustia. Sin embargo, no es por el impacto, ni por el calor ardiente que siento en las nalgas.

No, lo que me apena es que dentro de dos semanas estaré a miles de kilómetros de la mano que me está azotando.

Comienzo a llorar desconsoladamente, fuera de control, a causa de aquella tristeza ilógica.

Entonces, el marqués deja de golpearme automáticamente. Con fuerza, con seguridad, me da la vuelta como si yo no pesara más que una pluma. Se me escapa un jadeo cuando mi trasero dolorido se frota con sus vaqueros, pero él atrapa la exhalación en su propia boca al besarme.

Mientras me introduce la lengua entre los labios, me desata las manos y me arranca el tanga de entre las piernas, y lo sustituye con sus dedos. Me provoca un orgasmo rápido y dulce con las yemas.

Yo gimo dentro de su beso mientras el placer invade todo mi cuerpo y calma mi corazón. Él me acaricia con tanta ternura que me lleva al clímax una y otra vez. Mientras me retuerzo

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